En este verano atípico de coronavirus y mascarilla, tomarse unos días de descanso puede suponer un desafío. A más de una playa se tiene que ir con cita previa y cinta métrica; a otras al final no llegas porque se completa el aforo; y en todas debes apelar a civismo de los demás usuarios para evitar una situación estresante. Los grandes hoteles suponen un desafío distinto, pero presentan la misma incógnita. Y cuando uno lo que quiere es descansar y desconectar de un año, que ha sido mucha cosas, pero tranquilo no es una de ellas, se plantea qué opción es la mejor.
En nuestro caso, y sabiendo del buen trabajo que se está haciendo en Los Realejos para incentivar el consumo local, además creando sinergias entre los comercios y negocios del municipio, decidimos ir un poco más allá y comprobarlo de primera mano. Sin apenas aviso, con una reserva de 72 horas de antelación, nos marchamos a un alojamiento situado a los pies de la Montañeta, en el Realejo Bajo: la finca El Patio (El Patio de Tita).
Se trata de una finca de más de 200 años, que desde hace dos décadas la familia propietaria, encabezada por Loreto y Juan Antonio, ha ido remodelando y modernizando, compatibilizando la actividad agraria con una opción de turismo ecológico que resulta ideal en estos tiempos.
Los atractivos estaban claros. Una apuesta por el turismo ecológico, desarrollada en una finca activa, rodeados de cultivos, con un aforo controlado y atención personalizada. Y ya les adelanto que encontramos mucho más.
Amabilidad y privacidad
Desde nuestra llegada, el personal de la finca y así como la familia propietaria nos colmaron de amabilidad. Cercanos, como gente nuestra, que te abre la puerta de su hogar y te invita a disfrutar. Lejos del programa y el ambiente, a veces robótico, de las grandes instalaciones, El Patio es, en el buen sentido de la palabra, un patio. Todo el personal saluda y está pendiente de los recién llegados, sin dejar de atender sus tareas, porque conviene no olvidar que se trata de una explotación activa y no solo los cultivos necesitan supervisión, sino también las colmenas que desde hace unos años la familia viene criando en distintos puntos de la isla.
Con las explicaciones dadas y una vez en el alojamiento, se retiran a seguir con sus quehaceres. El uso y el disfrute de las instalaciones corre por cuenta de cada uno, en su gusto y en su ánimo. Una piscina de agua de mar, un jacuzzi, permiso para recorrer la finca haciendo senderismo o visitar las colmenas y las plataneras, son algunas de estas actividades, pero existen otros servicios externos que se pueden solicitar y reservar: alquiler de mountain bike, coche de alquiler, green fees de golf, tenis, buceo, parapente, trekking, etc.
Las pequeñas zumbadoras son la pasión de Carmen, gerente de la finca e hija de Loreto y Juan Antonio. Ella misma nos cuenta que ha ido aprendiendo sobre la marcha y bien guiada por expertos apicultores, y reconoce que descubre algo nuevo sobre las abejas casi cada día, mientras nos muestra, orgullosa, que la miel que degustamos en el desayuno es el fruto de tanto esfuerzo.
Con la crisis sanitaria todavía reciente y con el turismo apenas reactivándose, la finca mantiene inactivo el restaurante. Ni falta que hace. Apenas a 300 metros encontramos el primero de los locales disponibles para almorzar o cenar, El Petudo, y en sentido contrario, a poco más del doble de esa distancia, el Restaurante Las Chozas. Con todo, si así se solicita, se sirve un desayuno en el apartamento, elaborado con productos propios de la finca y de la zona.
Uno no es consciente muchas veces de la tensión que acumula. Y no sé si se han fijado en que, caminando por la calle, las personas que padecen algún factor de riesgo en caso de contagiarse del COVID19, tienen actualmente veinte ojos que se les salen de las órbitas cada vez que alguien los roza. Y uno no quiere, pero algo le queda. En El Patio, la sensación es de amplitud. De libertad. Será por el cielo abierto sobre nuestras cabezas, que durante nuestra estancia fue del azul brillante al gris pálido de la calima; la paz, la plantación de plataneras o la amabilidad de los trabajadores, pero si algo sentimos estando allí fue tranquilidad. Salimos y entramos con nuestra mascarilla puesta, disfrutamos de los restaurantes de la zona, especialmente de Las Chozas, de acogedor emplazamiento, excelente cocina y con un local perfectamente adaptado a la normativa COVID19. Pero, sobre todo, desconectamos de la aprehensión. Leyendo, paseando, nadando en la piscina, que teníamos casi en exclusiva o compartida con un par de huéspedes como nosotros; nos olvidamos todos un poco del coronovirus, de este 2020 que no deja de ponernos a prueba, y volvimos a charlar, a hablar de futuro, a empatizar con la historia de otros.
Del incendio a la pandemia
Carmen y Loreto nos cuentan como ha sido este año en El Patio de Tita. La finca se vio afectada por el incendio del pasado mes de febrero y están más que agradecidas a la treintena de vecinos que se acercaron para ayudar a extinguir las llamas con el agua de la piscina. Perdieron el sistema de riego por goteo, recién adquirido, debido al fuego, que trajo además el consiguiente desalojo. El posterior cierre decretado por el estado de alarma los dejó nuevamente sin huéspedes, pero yendo cada día a atender la finca; un tiempo que han invertido además en ir arreglando y poniendo al día todo lo necesario para retomar la actividad, que no solo contempla el alojamiento, sino que también acogen eventos y celebraciones como banquetes de bodas, bautizos, etc.
Casi todo en El Patio tiene una historia, si quieres sentarte a escucharla. Y mientras lo haces puedes contemplar los jardines, las palmeras o el ir y venir de un gallo barítono y su corte de gallinas por entre las plataneras.