La Riña, o El Duelo a Garrotazos, es una de las obras cumbres del universal pintor español Francisco de Goya y Lucientes. Encuadrada en sus Pinturas Negras, la escena presenta a dos personas batiéndose literalmente a garrotazos y enterrados hasta las rodillas, observándose en uno de ellos un rostro ensangrentado por la crueldad del lance.
Muchas han sido las interpretaciones de este lienzo del maestro aragonés, pero si una sobresale por encima de las demás es la de que esos dos hombres que se baten a garrotazos representan la histórica lucha fratricida entre españoles, pueblo atribulado por sus propios fantasmas y que quedan recogidas en las 14 obras murales de las llamadas Pinturas Negras.
Pareciera que en estos tiempos de difícil navegación, se estén imponiendo en la política las toscas maneras de estos dos hombres, la cruel y bárbara lucha de las ideas por la fuerza. En estos tiempos nuestro Duelo a Garrotazos lo protagoniza para nuestra desdicha la demagogia sobre la razón, herida gravemente por el cortoplacismo en tiempos en los que necesitamos temple y saber estar.
La política insular no está escapando a este escaparate de dislates y de falta de altura de miras, en las que más que nunca el bien común debe ser el objetivo final de todos y cada uno de los que nos hemos implicado en la política. Nos debemos a quienes nos han votado, pero también, y esa es la parte que algunos olvidan, a los que no lo han hecho.
La base de la política debe ser democratizar cada uno de los votos depositados en las urnas, no solo los de aquellos que nos han beneficiado, gobernando para todos, y sin distinciones. Hoy se estila el político resultadista y efectista, aquel que cree que solo quienes comparten su ideología deben ser ungidos con el aceite de las soluciones que el pueblo, solo su pueblo, merece.
Estas actitudes, que toman cotas difícilmente digeribles en las últimas semanas nos han llevado a comprobar que los garrotazos han vuelto a sonar bien fuerte en nuestro territorio. Decisiones incomprensibles y antagónicas de algunas formaciones políticas nos han llevado al esperpento de apoyar el tren en Gran Canaria y oponerse al del Sur de Tenerife. ¿En manos de quién han depositado sus esperanzas miles de votantes?
Bloquear la acción insular del Cabildo a través de triquiñuelas municipales es nuevamente mostrar el cainismo que se destila del lienzo de Goya, nuevamente los vecinos a garrotazos en una disputa en la que solo hay perdedores, en nuestro caso, la isla de Tenerife, que es quien realmente nos debe importar.
Hay quien sigue entendiendo la política como un escaparate personal en el que buscar su propia promoción, su proyección en sus formaciones políticas y la oportunidad de garantizarse un goloso puesto en política durante algunos años. Pero ese tiempo pasará, esa gente pasará, y Tenerife heredará los problemas que los filibusteros no quisieron resolver, porque ellos están a asuntos menos tracendentales para los habitantes de nuestra isla, ellos están a lo suyo, no se dejen engañar.
Observar La Riña es sin duda un ejercicio obligado no solo por la importancia capital que un artista como Goya tiene en nuestra historia, sino porque refleja una realidad terrible, que, 200 años después de ser pintado, sigue siendo una descripción del presente de algunos sectores políticos de nuestro pais y de nuestra isla.
Invito a todos esos políticos demagogos a entrar en el Siglo XXI, a cambiar el garrote por el valor de la palabra, y cómo no, a disfrutar del arte universal de nuestros artistas en nuestros museos.