Desde el siglo XVI, existen múltiples referencias históricas sobre los puestos de vigía instalados en enclaves estratégicos de Tenerife para dar aviso a la población de la llegada de barcos enemigos y anticiparse así a posibles ataques navales. Según las fuentes documentales, esta estrategia defensiva se llevaba a cabo mediante una red interconectada de atalayas que enviaban y repetían señales de fuego y humo. Sin embargo, prácticamente no existen estudios a nivel arqueológico sobre su emplazamiento y su caracterización material.
Ante este panorama, la Dirección General de Patrimonio Cultural impulsa el primer estudio e inventario de atalayas y espacios de vigilancia desde una perspectiva arqueológica e histórica. Se trata de la primera fase del proyecto ‘VIGILANT’, centrado en el noreste de Tenerife y dirigido por un equipo multidisciplinar de la Universidad de La Laguna y el Instituto Catalán de Arqueología Clásica, en colaboración con personal investigador de la Universidad de Sevilla y la Universidad de Barcelona.
El trabajo sobre la ‘Arqueología de los Espacios de Vigilancia y Atalayas del Noreste de Tenerife’, más conocido como ‘VIGILANT’, tiene un interés histórico relacionado con la visibilización de la que fue la primera línea de defensa de la zona capitalina; así como también posee un interés arqueológico por aplicar nuevas líneas de estudio dentro de la Arqueología Histórica y la Arqueología del Paisaje. De igual manera, también tiene un interés científico al arrojar nuevos datos sobre el funcionamiento de esta red y la creación de los primeros paisajes culturales tras la conquista.
Ahora bien, “para el Gobierno de Canarias resulta de interés destinar recursos públicos para estudiar los dispositivos que atienden los puestos de vigía y atalayas con el fin de proteger a la población”, señaló Nona Perera, directora general de Patrimonio Cultural. Desde este punto de vista, Perera aseguró que “son enclaves estratégicos de importancia social y geopolítica que nos informan de la trama de defensa creada durante siglos” por lo que es necesario “comprender su desarrollo, a través de la arqueología, para conocer más sobre nuestro pasado”, detalló.
Metodología de trabajo
Las atalayas tienen unos criterios espaciales muy específicos, “requieren de visibilidad e intervisibilidad entre enclaves y deben ser accesibles, entre otras características“, explica Francesc C. Conesa, codirector del ‘VIGILANT’. En lo que se refiere a la red documentada, la primera atalaya empezaba en la Montaña de Tafada y de allí pasaba a la Montaña del Sabinal, la Atalaya de Igueste de San Andrés y la Atalaya de San Andrés. Los avisos llegaban al Castillo de San Cristóbal en Santa Cruz y viajan a la Montaña de Taco y la Montaña de Ofra, estas últimas ya desaparecidas por el desarrollo urbano. Después llegaban a la atalaya de San Roque, posiblemente ubicada en Mesa La Gallardina, y la de San Lázaro, en la actual Montaña del Púlpito. Desde allí se recibían los avisos del norte mediante la Caldera la Atalaya y La Atalaya en lo alto de la Mesa de Tejina.
El estudio de las fuentes documentales es sin duda uno de los aspectos más importantes para conocer la evolución histórica de las atalayas, ya que permite realizar una reconstrucción de los puntos de vigilancia y sus principales usos. Tras la recuperación de medio centenar de documentos históricos, se llevó a cabo un análisis geoespacial del territorio que incluyó la recuperación de toponimia y la reconstrucción de las líneas de visibilidad entre atalayas, a la vez que se desarrolló un programa de prospecciones arqueológicas en los enclaves localizados, que han sido documentados con técnicas de fotogrametría digital.
En este sentido, el equipo de trabajo ha determinado varios tipos de atalayas según las prospecciones focalizadas. Para Jared Carballo, codirector del proyecto, “existen las atalayas naturales, sin evidencia material pero localizadas por la toponimia o fuentes textuales, y las atalayas con restos constructivos y materiales. En este caso, las estructuras pueden ser pequeños “hornos”o estructuras excavadas en la roca, y en algunas ocasiones se aprecia el suelo termoalterado”.
Cabe destacar que “las prospecciones han sido de carácter superficial, pero en una segunda fase vamos a preparar un proyecto de excavación de cara a su posible preservación y conservación e incluso a largo plazo su integración en nuevas rutas culturales”, adelanta el arqueólogo Conesa.
En resumen, ‘VIGILANT’ inicia una nueva línea de investigación en Canarias al documentar los espacios de vigilancia y atalayas en los entornos de Anaga y La Laguna, pero también al establecer unos criterios básicos y comunes para ampliar la investigación a toda la isla de Tenerife, pues existen evidencias de atalayas históricas tanto en el norte y el sur. Con esta primera fase, se prepara una futura excavación arqueológica que permita conocer la potencialidad de estos yacimientos y su relación con los paisajes culturales de la isla.