La presencia de los perros en las islas antes de la colonización es un hecho poco discutido. Forman parte de la idiosincrasia de un pueblo vinculado hasta hace no tanto a la ganadería y que tiene en las razas autóctonas una seña de identidad. Su conservación y mantenimiento son un compromiso con la propia historia.
Conscientes de esta realidad, la Consejería de Agricultura, Ganadería y Pesca del Gobierno de Canarias aprobó el pasado mes de abril un nuevo estándar para el perro garafiano con el que garantiza su conservación, amenazada durante años.
La iniciativa respondía a las demandas de la Asociación Española del Pastor Garafiano, que recoge a su vez las inquietudes de ganaderos y criadores, y que defiende la presencia de esta raza como parte del patrimonio genético, cultural y etnológico de las islas.
Una raza histórica
Los antiguos pobladores de las islas ya convivían con los ancestros del pastor garafiano, que debe su nombre al municipio palmero de Garafía. Antes de circunscribirlo a este lugar, donde su presencia era numerosa, se le conocía como perro lobo y tradicionalmente ha estado vinculado al trabajo con el ganado y al pastoreo.
Si hay alguien que conoce su historia y lo que significa para el patrimonio y la biodiversidad canaria es Juan Capote. El biólogo, veterinario e investigador palmero, con una reconocida carrera, es actualmente presidente de la Federación de Razas Autóctonas de Canarias (FARACAN) y estuvo detrás de la creación del primer prototipo que se realizó en los años 80. Capote nombra a Antonio Manuel Díaz Rodríguez como figura clave en el proceso de recuperación y control de la especie. Cuenta que ha sido un trabajo largo, “entre el desánimo y el empeño”, el que se ha venido desarrollando desde 1981 para establecer un estándar adecuado y fiel “que respete las características naturales y su funcionalidad como perro de pastoreo con una habilidad excepcional para la montaña”. En cuanto al carácter, un rasgo importante en la tarea de recuperación, Capote lo tiene claro: “Es un perro sensible, inteligente y bondadoso, no agresivo, y cuando se vincula con una persona, establece una relación muy profunda con ella”. El investigador destaca también la belleza del animal, “aunque a mí lo que me gusta es su mirada, que lo dice todo.
En 2003 la raza fue reconocida de manera oficial por el Real Sociedad Canina Española, pero para llegar a esa realidad se necesitaron muchas horas de trabajo y una labor de sensibilización importante destinada a terminar con la amenazante práctica de los cruces. Según Capote “ya en los años 50 y 60 los garafianos eran peligrosamente cruzados con pastores alemanes, lo cual cambiaba, entre otras cosas, su carácter. En ocasiones, incluso, les cortaban los colmillos”. Pero la historia de esos cruces, cuenta, empezó mucho antes: “Con la llegada de los conquistadores se cruzaron algunas razas palmeras con otras de fuera, así era fácil ver garafianos con características del perro celta”. Los cambios en la alimentación y el déficit de la misma durante las épocas de crisis influyeron también en su genética. “Cuando empezaron a comer bien, crecieron y ese aspecto les hacía ganar potencia, pero ahora se persigue una buena alimentación sin variar su tamaño, ya que lo más importante no es la potencia en sí misma, sino la potencia aplicada al terreno”, asegura.
Todo este trabajo en favor de la conservación ha sido posible también gracias al apoyo del Instituto Canario de Investigaciones Agrarias (ICIA), adscrito a la Consejería, que ha trabajado en el reconocimiento de casi todas las razas autóctonas de Canarias y ha colaborado en la toma de muestras para el estudio del pastor garafiano.
La importancia del reconocimiento
Antes de la recuperación está el reconocimiento. Ese es el paso previo e imprescindible hoy en cualquier proceso de recuperación. El resto de requisitos son la existencia de un censo adecuado, un estudio genético, uno morfológico y otro histórico, que comprenda la evolución de los animales. También son necesarias una propuesta de estándar racial y una de gestión genética de la raza. En este momento, según Capote, “el censo oficial está muy disminuido porque hubo un largo período de desánimo. Hay censados más de 100 garafianos con presencia de todas las islas y algunos lugares de la Península, aunque su número es bastante superior”.
El compromiso de profesionales, criadores e instituciones con la recuperación de las razas autóctonas es sólido y tiene su mejor ejemplo en la conservación de razas tan emblemáticas como el presa canario, que mantiene su estándar desde 1989 y que cuenta con un registro de 15.500 ejemplares repartidos por todo el mundo. De hecho, y según el presidente del Club Español del Presa Canario, José Manuel López, “esta raza está entre las cinco con mayor proyección y aceptación en el mundo”. “Calculamos que un 40% o un poco más de la raza está fuera de las islas. El norte de Europa es el lugar donde más proyección existe, pero también encontramos muchos ejemplares en Estados Unidos, México o Argentina, por citar solo algunos lugares”, destaca López.
Estándar fiel al origen
El nuevo estándar del garafiano busca mantener sus características originales como perro lupoide de tamaño medio, apto para el pastoreo en zonas abruptas gracias a su grupa, entre otros rasgos. Su alzada es de tamaño mediano y varía en función del sexo (entre 54 y 60 centímetros los machos, y entre 50 y 56 las hembras). El peso habitual estaría entre 18 y 25 kilos en las hembras y 24 a 31 kilos en machos. Sus ojos son rasgados y pueden tener dedos suplementarios en los posteriores. En cuanto al pelaje, se indica que es largo y de colores leonados o alobados, principalmente. Además, son muy apreciados por su carácter como animales de compañía.